miércoles, marzo 21, 2007

En eximio de las letras en el blog de Peña

He advertido que últimamente las opiniones no son más que un informe pericial sobre relaciones de contingencia, como un encubierto sacerdocio de la noticia consagrado a la religión del consenso. Las columnas de opinión terminan siendo agencias de sub-ordenaciones hiperbólicas por lo que se refiere a todo lo que es el caso. Esto podría saludarse si, como un efecto umbral, la sombra de la contingencia permitiera dibujar la silueta de situaciones más profundas. Pero sucede que se prefiere omitir la proyección. Ya en el caso de “la ilusión de su excelencia” no se dio el salto a la “ilusión de la excelencia”. Con el escamoteo del nombre se naufragó en el anonimato de la generalidad. El fallido efecto umbral de ese juego fue que la estrategia de ejemplificación no era más que una dirección de tigres: como no se quiso razonar con el monstruo general de la ilusión de la excelencia, se sacrificó al jinete obstinado con su excelencia. ¿Cómo no se advirtió con más seriedad que hace rato no se percibe la diferencia entre la práctica subjetiva y la institucionalidad de la práctica: la legitimidad de la práctica de la omisión? En efecto, ¿no es la ilusión de excelencia lo que define el desempeño de colegios particulares y universidades privadas? ¿Qué cosas omiten y olvidan universidades privadas cuando hablan de excelencia –y no hay en esta “excelencia” también algo “excesivo”, comunicado no en cartas públicas sino en propaganda comercial, sin entrar a considerar que, siguiendo el argumento, la mayoría de los alumnos de instituciones privadas gozarían de su posición “con lo que los cristianos llaman culpa”? Pero Nadie habla por el yo: Nadie o ninguno no fue Ulises jugando a las paradojas del lenguaje; Nadie olvidó que “casi todas las ventajas de que gozan las minorías tienen un origen inconfesable”. Sigue

Nadie sabe de dónde viene, y oblitera las desigualdades. Nadie se ilusiona de su excelencia, pero también se ilusiona con la excelencia. ¿Se puede eludir que la ilusión de la excelencia se aplica a ciertas instituciones? En el asunto de la censura ocurre algo parecido. Según lo que es el caso, se omite la institucionalidad de la censura. Si en el análisis de la censura se hubiera hablado algo de Kant o de Derrida, pronto se advertiría que no hay censura sin razón (entiéndase: sin ratio) ni hay censuras puras. Pero no se va más allá, cegados por el estatuto que alcanza la censura en el ámbito público. ¿Acaso basta esto para omitir que instituciones como la Iglesia o grandes empresas encuentran normal llamar a canales y medios escritos para sancionar noticias, programas, campañas de salud pública y venta de medicamentos en farmacias? ¿No habría que girar el “efecto Freud” hacia éste propio medio escrito? En el caso de la “Ilusión de su excelencia”, el problema de la proyección del argumento se explica por lo que yo llamé cinismo: la columna tenía la forma implícita de la confesión (“la injusticia en la que participamos”), es decir, sabemos lo que hacemos pero igual lo seguimos haciendo. ¿Dónde participa usted continuando la injusticia? Se dirá, nuevamente, “en una práctica general”. Es decir, el cinismo dice “así soy yo”, pero en el fondo piensa “ello es así”. Uno puede presumir, sin embargo, que usted participa en el “juego” de la ilusión de la excelencia en su propia Universidad. El cinismo, claro está, no es un juicio personal, sino un procedimiento de la falsa razón ilustrada: en resumen, “el realismo cínico nos dice la verdad previniéndonos de nosotros mismos” (Sloterdijk): vamos por los medios denunciando el cinismo que comporta la omisión del origen de su excelencia, trabajando en una institución que no se podría sostener sin la ilusión de la excelencia. ¿No se puede decir lo mismo de la censura?

Posteado por:
Gabriel Syme Syme Stagno (Marzo 20, 2007 09:57 AM)

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