Solo hay dos países: el Chile VIP y el Chile BIP. Es posible que se conecten y establezcan relaciones, pero un abismo infranqueable se abre -la mayoría de las veces- entre ambos.
El país VIP es el de las que -provisoriamente- llamaremos las elites teóricas. Éstas son las que "piensan" el país, las que generan los macroproyectos, las que encabezan las grandes reformas y revoluciones (silenciosas o no), las que planifican, las que trabajan en las burocracias estatales, pero también en las burocracias de las empresas.
En esas elites hay ingenieros, publicistas, expertos en marketing y muchos sociólogos. Ellos siempre han estado poseídos por un entusiasmo y un optimismo mesiánico respecto de la realidad. Su voluntarismo es prodigioso. De sus mentes iluminadas ha salido lo mejor y lo peor de las últimas decadas: desde la "revolución a la chilena" de la década de los 70, a la reforma provisional, la reforma educacional, el Transantiago. Los hombres y mujeres VIP son soñadores, han estudiado en alguna universidad de Estados Unidos, Francia o el Reino Unido, y cada cierto tiempo sufren epifanías o iluminaciones inspiradas en alguna teoría, modelo o revolución en boga, y que quieren compulsivamente aplicar.
No cabe duda de que a esa elite teórica VIP le debemos momentos fundacionales de nuestra historia, saltos cualitativos, mejoras en la calidad de vida de la mayoría. Pero, también, desde su seno han sido engendradas las peores pesadillas y errores históricos garrafales, de los que cuesta décadas recuperarse.
Es muy difícil lograr que un VIP baje al mundo BIP. El mundo BIP es el de los ciudadanos comunes y corrientes, anónimos, los que padecen la historia, los conejillos de Indias de muchos de los delirios VIP, los que hacen cola en los paraderos de las micros -horas de horas bajo la lluvia-, los que sirven cuando engrosan un "rating" o una estadística de mercado, pero que dejan de existir cuando tienen un problema. Se los puede ver, por ejemplo, deambular con un reclamo sin respuesta en kafkianas oficinas de empresas de telecomunicaciones, ¡las mismas que hace poco les ofrecían "combos" que incluían tarjetas de prepago con viajes a Cancún!
El mundo VIP se puede dar el lujo de "cometer un error humano" en un sofisticado sistema computacional o ingenieril. En el mundo BIP, ese error cometido en las alturas se paga con sangre, sudor y lágrimas. Para los VIP, Dios y el diablo están en las alturas y abstracciones; para los BIP, en el detalle.
Tengo la suerte de transitar entre los dos países: el VIP y el BIP. Soy un peatón irredimible hace más de 30 años: amo los paraderos de micro, las conversaciones espontáneas que se dan en los buses, y he conocido a gente fantástica del "Chile real", popular, que jamás hubiera sabido que existía si fuera un automovilista VIP. Recuerdo -entre tantos- a Inés, una "nana" poeta de la población San Gregorio, o al maestro Juan, un albañil de origen mapuche, un verdadero sabio urbano, un Siddharta de la periferia: a todos ellos les debo viajes iniciáticos arriba de las micros amarillas hoy en extinción -(desde aquí, rindo un sentido homenaje a la 332, inexplicablemente eliminada, Q.E.P.D.).
¡Qué bien harían las elites VIP en bajar de su Olimpo virtual a los paraderos de Chile! El Transantiago es una excelente idea, una reforma necesaria, valiente, pero naufragará si los VIP no viven en carne propia un recorrido BIP, que comienza en San Bernardo a las 6 de la mañana y termina en Vitacura a las 9 (el viaje de Odiseo, al lado de esos periplos, es un paseo de niños). Si no lo hacen, Chile entero naufragará entre nuestras peligrosas Escila y Caribdis: la sobreteorización y la ineficiencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario